Los ofendidos

fights1

He oído decir y he leído a menudo, últimamente cada vez más, que vivimos en la cultura de “los ofendidos”. Seguro que sabéis a qué me refiero porque por fuerza lo habéis tenido que escuchar vosotros también. Humoristas, periodistas, escritores, creadores de opinión, tendencia y discurso de todos los colores bromean con esto a menudo en redes sociales y medios de comunicación. Que ya no se puede decir nada, que es imposibe manifestar una opinión inocente sin que se te llene el Twitter o el Facebook de radicales enfadados y que estamos perdiendo la perspectiva porque no se le pueden poner límites al humor.

Bueno. La verdad es que podría ponerme a reproducir este discurso convencional y ahorrarme muchos caracteres, porque para qué insistir en lo que ya han dicho otros antes que yo, pero no lo voy a hacer. No puedo hacerlo porque hace ya bastante tiempo que reflexiono sobre este tema y creo que desde un análisis algo más profundo podríamos aprender todos mucho más, tanto “ofendidos” como “políticamente incorrectos”.

A la cuestión de la incorrección política ya volveré luego, que trae cola. De momento voy a intentar desarrollar una idea que creo que es central cuando hablamos de los ofendidos y que nadie menciona nunca: la idea de contexto. No se puede intentar entender una tendencia social sin fijarnos en la realidad que nos rodea. A día de hoy, mediados de 2018, vivimos en un mundo donde todos estamos mucho más expuestos porque, de hecho, nos exponemos voluntariamente en las redes sociales. Compartimos vivencias, ideas, bromas, opiniones. Lo hacemos porque sabemos que hay alguien al otro lado, alguien que escuchará, y porque esperamos un feedback.

En una era donde todos estamos conectados lanzar mensajes al vacío ya no es una opción. Pero muchas de las personas que se sorprenden de que sus mensajes no sean siempre bien recibidos por todo tipo de gente parecen no darse cuenta de que las redes sociales funcionan en dos direcciones. Esto añade a la comunicación de masas un factor revolucionario: nuestros receptores ahora son interlocutores. También tienen la posibilidad de hacerse oír.

Si nos detenemos un momento a pensar nos daremos cuenta inmediatamente de que esto nunca antes había pasado. Los espacios mediáticos eran, hasta hace apenas dos décadas, bienes escasos y muy codiciados. Solo los elegidos podían acceder a un altavoz desde el que lanzar sus mensajes. Académicos, periodistas, estrellas, todos ellos tenían asegurado su micrófono por encima del resto de nosotros, pobres mortales, que solo podíamos limitarnos a escuchar y a reproducir o descartar sus puntos de vista en el ámbito privado. Pero ahora resulta que no solo ellos pueden acceder a una vía de comunicación de masas, ahora también tú puedes hacerlo. Y contigo puede acceder tu vecino Juan, su hermana Carlota y la abuela de tu amigo el de Cantavieja.

¿De verdad creíamos que este nuevo modelo, revolucionario en todos los sentidos, no iba a acabar por influir en los mensajes y en cómo se reciben? La idea de que podemos seguir funcionando como antes, lanzando mensajes a un hipotético vacío donde siempre van a ser bien recibidos y nos va a llegar un feedback filtrado y seleccionado es bastante ridícula. Toda opinión suele venir acompañada de una réplica. Si te pones a opinar delante de miles de personas, ¿qué esperas, sino miles de réplicas? Y si ya habías contemplado esto, ¿por qué das por sentado que todo lo que te digan debe ser, no solo ya bienintencionado, sino acorde a tu modo de pensamiento?

A menudo veo quejas de que “la gente ya no aguanta nada” pero sinceramente, creo que es una manera totalmente equivocada de enfocar esta cuestión. La gente aguanta exactamente lo mismo que aguantaba antes solo que ahora, si no está de acuerdo contigo o directamente le irrita tu postura, tiene medios para hacértelo saber. ¿Quiere esto decir que toda réplica, por mala que sea, es válida y por tanto deberíamos darle crédito? Por supuesto que no. De hecho, esta pregunta nos lleva al siguiente punto que quería tratar: el del mensaje y la responsabilidad social.

Puede que a algunas personas les sorprenda lo que voy a decir a continuación pero creo firmemente que, en función de dónde procedan las quejas, se les debería otorgar más o menos crédito. Y cuando digo dónde también quiero decir quién. Voy a poner un ejemplo manido pero fácil de entender: no es lo mismo que un montón de gente negra, que ha tenido que sufrir lo inimaginable solo por el mero hecho de existir en una sociedad que las racializa y margina, proteste ante el chiste racista de un nazi que que ese mismo nazi se queje de la opinión de una persona negra que reclama derechos que le son sistemáticamente negados. No es lo mismo, no puede serlo y no lo será nunca.

Equiparar al nazi, cuya ideología es activamente dañina y resulta en asesinatos, con las víctimas de esa misma ideología bajo un término paraguas como “ofendidos” es tremendamente reduccionista e irresponsable. Y lo peor es que lo hacemos a todas horas, muchas veces sin darnos cuenta.

El ejemplo que he puesto es muy extremo porque en el momento que leemos la palabra “nazi” se nos encienden todas las alarmas. Pero la realidad es mucho más sutil y engañosa. A veces nos encontramos con un montón de opiniones negativas por un chiste que nos parece aparentemente inocuo y, por mucho que nos expliquen por qué no es tan inocente, no podemos comprenderlo. En estas ocasiones es cuando hay que mirar a nuestros interlocutores: si la gente que protesta lo hace porque ve vulnerado algún derecho propio o ajeno, lo menos que podemos hacer es escuchar y pararnos a pensar. Puede que no lo entendamos en ese momento, incluso que no lleguemos a entenderlo nunca, pero siempre será mejor que quejarse de “lo mucho que se ofende la gente”. Porque por mi experiencia, las personas que te piden más considertación y empatía a la hora de manifestar tus opiniones suelen tener razón.

Personalmente, tengo mucho  que agradecer a gente que, cuando dije algo problemático o defendí una postura equivocada, tuvieron la paciencia y los arrestos de llevarme la contraria y explicarme por qué no podían estar de acuerdo con mi postura. Gracias a eso he crecido como persona y he aprendido a distanciarme de mis propios prejuicios a la hora de comunicarme con otras personas. Y de verdad os lo digo, esto me ha hecho más libre y más feliz.

Sin prejuicios se vive mejor, de verdad os lo digo. Los prejuicios son lo que generalmente te va a llevar a enrocarte en tu postura y a descartar cualquier opinión que choque frontalmente con ellos. Es más, los prejuicios que tenemos sobre otras personas distorsionan también la imagen que tenemos de nosotros mismos y nos llenan de miedos. De hecho, son muy peligrosos porque normalemente son invisibles para el que los esgrime. Solo una postura firme y desafiante de otra persona puede volverlos visibles para ti, y te hace capaz de derribarlos. Por eso ya no me molesta que la gente se ofenda. En todo caso me preocupa y me hace pensar.

Podría acabar el texto aquí, con esta nota buenrollista y casi de autoayuda, pero voy a seguir un poco más porque tengo alguna que otra cosa que decir sobre los límites del humor. Os voy a decir una cosa: el humor tiene límites, por supuesto que sí. Pero es que todo derecho tiene sus límites donde empiezan los derechos y libertades del otro, y la libertad de expresión no es una excepción a esta regla. Si haces una broma de mierda (perdón por la expresión) sobre gente en silla de ruedas y alguien en silla de ruedas te dice que te calles, pues gual te has extralimitado ejerciendo tu derecho a expresarte. Aunque no fuera tu intención ofender, en serio. No vale decir “era broma” y convertir tu metedura de pata en un problema ajeno. Los derechos vienen con responsabilidades, y en la vida cuando uno la caga tiene que pedir perdón. Y no hay más.

A lo mejor algunas personas al leer esto pensarán que es imposible hacer humor sin ofender y molestar a alguien, pero no es así. ¿Qué es difícil? Claro. El humor es una herramienta poderosísima, pero nadie dijo que fuera fácil de usar. Si tu humor consiste en hacer chistes de negros y gays el 80% de veces que abres la boca para decir algo “gracioso” pues tengo una mala noticia: lo que haces no es humor.

El humor requiere empatía. Si te ríes de otros, lo que haces es ser irrespetuoso y hacerte gracia a ti mismo o a ti misma. Y no, no es humor negro: el humor negro se ríe de tragedias universales, que incluyen a muchos de los interlocutores y siempre a la persona que hace la broma. Hacer un chiste sobre funerales, porque a todos nos va a tocar algún día esa movida, es humor negro. Hacer un chiste sobre cojos cuando tú no eres cojo ni vas a experimentar nunca ese impedimento no es hacer humor negro: es reírte de los cojos desde una posición privilegiada. Lo cual tiene sus problemas y está feo en general, así que sí, probablemente ofendas a mucha gente. Pero es que lo buscabas un poquito, ¿no? No lo niegues.

Que sí, que a todos nos tienta a menudo subirnos a nuestro pedestal de superioridad moral y decirles a los demás que tienen que respetar la libertad de expresión y que no aguantan nada, que total era una broma sin mala intención. Pero el humor no va de ser superior ni de disfrutar con la irritabilidad ajena. Eso es sociopatía, Manolo. El humor va de coger lo injusto, lo mundano, lo tedioso, lo universal, lo concreto, lo bueno, lo malo, lo propio, lo ajeno y hacerlo un bien compartido. El humor es una herramienta crítica y donde mejor funciona es ejercido contra el sistema y contra las ideas. Por eso se ejerce siempre con las personas y nunca contra ellas.

De hecho, alguien me dijo hace tiempo que las personas son las que tienen derechos, no las ideas. Por eso reírse de una religión o de un sistema pollítico, o de una economía o de un orden social o de una película o un libro no es problemático. Ofenderás a mucha gente, sí, porque la gente defiende sus esquemas mentales a muerte. Pero no tendrán razón.

De hecho, suele haber polémica cuando se hace humor con figuras religiosas por esto mismo. Pero es que aquí sí que voy a romper una lanza por los humoristas: si te ofendes porque alguien se mete con tu libro favorito, no tienes razón. De verdad que no. La tendrás cuando alguien se meta contigo por leer ese libro concreto, o si se meten contigo por profesar una fe determinada. Pero si yo digo “me cago en Dios” y eres creyente no puedes reprocharme nada, porque “Dios” es una idea y no tiene derechos. Y no estoy vulnerando ningún derecho tuyo por no compartir tus ideales. Así que si eres de los que se ofenden cuando alguien critica su videojuego favorito pero te hace gracia reírte de las personas trans, tengo una mala noticia para ti: no tienes razón y en algún momento de tu vida te hiciste la picha un lío. Revisa tus prioridades, Catalina.

Por último, la incorrección política: no sé por qué motivo ni razón esta expresión se ha vuelto cada vez más popular para describir a gente que, directamente, se comporta mal con los demás. Ser políticamente incorrecto solía tener un sentido subversivo. Se usaba para hacer referencia a actos y corrientes de opinión que desafiaban el orden establecido y buscaban disrupción en el pensamiento imperante. Hoy en día la gente la usa para describirse a si misma cuando una de sus actividades cotidianas es insultar a los demás. De verdad, no habéis entendido nada.

Os voy a explicar por qué cuando te ríes de los colectivos mal llamados minoritarios como mujeres, homosexuales o personas trans no estás siendo políticamente incorrecto. Mira, el sistema ya se encarga de machacar a estos colectivos continuamente desde las instituciones. Se les niegan espacios, visibilidad, voz, trabajo, libertad, todo lo que imagines que se le puede negar a una persona en una sociedad aparentemente organizada. Y lo que tú haces cuando te metes con ellos es dar la razón al sistema. Así que no estás siendo ni subversivo, ni insurrecto, ni interesante siquiera. Estás siendo puñeteramente convencional a costa de comportarte, para colmo, como una mala persona.

De verdad, si quieres meterte con los demás, adelante. Por suerte nadie te va a meter en la cárcel por hacer un par de bromas desafortunadas (a no ser que sean contra el sistema, en cuyo caso te pueden caer seis años por cantar un rap. ¿Ves lo que es incorrección política?), pero no esperes que la gente anule su derecho a réplica porque tú eres especial y políticamente incorrecto y solo unos pocos elegidos entienden tu humor. Lo entendemos todos Ricardo Antonio, no eres tan listo: lo que pasa es que a muchos nos parece deslavazado y dañino y no lo consideramos humor. Y tenemos maneras de hacértelo saber.

Así que la próxima vez que venga alguien a pedirte que reconsideres tus palabras, aunque sea de malos modos y sea una persona maleducada (esto pasa a menudo, la gente que tiene razón también puede ser maleducada), escucha primero. Después defiéndete si es necesario o pregunta si no lo entiendes, pero no te creas más listo o más lista por defecto. Incluso la persona más irritante puede tener razón, y nadie en este mundo súper conectado está libre de meter la pata o de ser el ofendido. Porque aquí los pedestales son de mentirijilla y se los fabrica cada uno al gusto. Piénsalo la próxima vez que te tiente subirte a uno.